Le llamo por lo del anuncio.
Mire, le cuento:
Si no le contesto algunas veces
o le parece que miro para otro lado;
no es que no quiera escuchar,
no es que no quiera atender;
es porque no tengo sitio en la cabeza;
la tengo llena de pájaros.
Antes tenía muchos más,
pero con el Covid y el confinamiento
los que pudieron escaparon.
Los que me quedan son muy fieles.
Pero no crea que son pájaros cantores;
en un tiempo lo fueron,
pero ya no cantan.
Además no se asuste pero…
están fritos,
dentro de una salsa poética
que se iba usted a chupar los dedos.
Los que se quedaron me dieron sus plumas;
generosamente, sin dolor y sin reproches,
en pro de la lírica y la épica,
como musas peladas;
así que escribo con ellas
sobre lo divino y lo humano,
dependiendo del frío o del calor.
Viajar he viajado poco;
bueno… no es verdad,
antes volaban por todas las esquinas
y yo con ellos.
Me conozco a todos los vecinos de todas las ventanas.
No, fisgona no soy,
cuando cierro los ojos
me pongo las gafas de colores.
Con las rojas veo Marte y con las azules
me columpio en una nube hasta que llueve.
También hago cosas normales,
frío patatas, huevos, salchichas…
Celebro los cumples, acaricio a los perros,
asusto a los gatos…
y para los que me miran raro,
o muy serios, como el bigotes del linimento,
o un jefe trasnochado de puños raídos,
tengo un relámpago escondido en el ojo derecho,
por si las moscas.
Soy una persona normal, créame.
Me río cuando hay que llorar
y tengo una lágrima que hace playa en Castilla.
Me gusta la tele, la tele y la tele,
y escribir con las plumas de los loros y las cotorras.
Una vez tuve un pájaro fuera de la cabeza
y resultó que era una pájara.
Lo descubrí cuando vi un huevo en la jaula.
Soy una despistada…
¿Usted tiene pájaros?
© Begoña Iribarren