Entro en la habitación 210, tras abrirme la puerta un botones con más entorchados que un general. Coloca mi maleta y le despido con una generosa propina después de que él me diga que, marcando el número de mi habitación, al minuto tendría una persona a mi disposición.
He elegido este hotel temático porque soy muy amante de los pájaros y mi habitación está dedicada a los jilgueros, mis preferidos por sus maravillosos gorjeos.
He hecho un viaje largo, pero conocer China estaba entre mis preferencias, y Hong Kong no me defraudó.
Es un hotel único por el bienestar y el lujo que rezuma y, además, hay pocos temáticos en el mundo.
Me siento en un cómodo sillón y mi mirada escruta toda la habitación. Es amplia, hermosa, con grandes ventanales que dan a una plaza, llena de chinos y japoneses con sus vestimentas coloristas tan distintas de las nuestras. Los ventanales tienen unas cortinas transparentes estampadas con plumas de variados colores, que dan a la habitación un ambiente cálido.
Sus paredes tienen colgados cuadros del Dalí cubista y del techo penden jaulas de formas cubistas a juego con los cuadros. Todo un estímulo para la imaginación. Una música con cantos de jilgueros arropa el ambiente y me hace olvidar un poco mi problema, pero mi decisión está tomada y ya no cambiaré.
Un hermoso jacuzzi, amplio como un lago, reina en el cuarto de baño aledaño. Lo miro con un placer vivido por anticipado. Una hermosa cama, amplia para ser individual, ocupa el centro de la habitación. Tiene un dosel a juego con las cortinas, las alfombras y el suelo. Sus muebles son de formas caprichosas, cubistas, exclusivas. En el aire flota un Dalí con sus bigotes engominados.
En un rincón coqueto, un árbol sin hojas está repleto de jilgueros disecados. En su interior tienen cajas de música que se ponen en acción, cuando, por la noche se apaga la música ambiental. Es la mejor nana del mundo.
Llamo y al momento aparece una muchachita agraciada de ojos rasgados y me dice que está a mi servicio.
Le pido que me suban una comida típicamente china con la bebida adecuada. No conozco la cocina china y no quiero probar todas las cosas posibles ese día.
Me gustan los sabores exóticos, la vajilla decorada con jilgueros. El whisky con té verde me pareció tan bueno que en la cena pediría el mismo licor. Excelente todo. Otra generosa propina y me quedo solo, rumiando mi decisión irrevocable. Saco de la maleta una foto de Itziar, la contemplo largo rato. Mis ojos se llenan de lágrimas. A pesar de su traición no la odio, la quiero.
Luego escribo a mi abogado. Quiero que todos mis bienes sirvan para levantar una residencia para hombres abandonados y que se encargue de todo lo referente a mi traslado a España.
Llega la hora de la cena. La misma chinita, obsequiosa, me sirve una cena exquisita y le mando traerme dos botellas de whisky con té. Le doy una espléndida propina. Para mí el dinero carece ya de valor.
Anochece muy deprisa, la música ambiental se apaga, los jilgueros del árbol me llenan de sus trinos. Cojo un tubo de tepazepan y lo mezclo con el whisky. Poco a poco voy bebiendo las dos botellas. Antes de que se acaben me meto en el jacuzzi. Abro todos sus canales. Sigo bebiendo. El agua sube hasta mi cuello. Termino la segunda botella. Me hundo en el agua.
Un sopor dulce me invade. Soy feliz. Veo a Itziar que viene a mí con sus brazos abiertos. Me hundo más en el agua. Itziar ya se ha ido, estoy solo, como me dejó a la puerta de la iglesia. Una gran paz me inunda, no siento nada más que el canto embriagador de los jilgueros.
Adiós, mi vista se nubla y un camino lleno de pájaros aparece ante mí. Subo por él. Adiós Hong Kong.
©Elena González Martínez